Por Yamili Chan Dzul
El racismo que me atraviesa
Color de piel, cuerpo, lengua y apellidos. Estos y otros elementos nos atraviesan a muchas mujeres indígenas, campesinas, negras, lesbianas. En estas historias, en nuestros nombres y en nuestros cuerpos se ha encarnado -depositado- el racismo, el colonialismo. Nombrarlo se vuelve importante para identificar cuestionamientos al momento de revisar nuestras trayectorias; y desde luego, para abrir caminos hacia la sanación ante la violencia racial.
Ante el racismo ¿qué podemos hacer de forma colectiva e individual para que no se siga anclando en nuestros huesos y en los de las nuevas generaciones? He escuchado algunas expresiones tales como: “gracias a la violencia soy así… gracias a los golpes de la vida… gracias a la discriminación”. Sin embargo, considero que no tendríamos que estar agradecidas por las injusticias y la violencia racial.
En este texto plasmo ideas, planteo preguntas e identifico algunos de los mecanismos para enfrentar las situaciones racistas que vivo en el día a día.
Mi reivindicación como mujer maya
La fuerza resiliente la he encontrado a lo largo del proceso organizacional, de lucha; a través de crear redes, por los estudios académicos y al ir ahondando en mi identidad. No ha sido una receta y mis reflexiones no han aparecido de la noche a la mañana. Ha sido un cuestionamiento constante que me acompañará toda la vida. Han sido procesos largos y reflexiones profundas las que me han hecho cuestionarme mi “yo racista” y confrontar a quienes son racistas conmigo. Procesos que me han aportado ciertas claves para ir sanando y entendiendo que llega un momento en la vida en la que ya no se trata de ser víctima, porque implicaría acomodarme en un sistema racial.
Alrededor de mis 20 años, empecé a cuestionarme las razones por las cuales me avergonzaba de mis apellidos y de haber nacido en un pueblo. Y como no tenía respuestas, comencé a buscarlas. Esta fue una de las razones por las cuales estudié antropología social, porque por ahí escuché que muchas personas antropólogas trabajaban en pueblos indígenas ¿acaso seré yo una mujer indígena, india, mexicana, yucateca? Hasta aquí la palabra “maya o mayera” no había aparecido en mi vocabulario.
En estos andares y al compartir reflexiones, sobre todo con otras mujeres provenientes de pueblos, comenzaron a surgirme otro tipo de cuestionamientos al experimentar situaciones racistas ¿Quién en mí se molesta? ¿Quién en mí reacciona y desde dónde? Me di cuenta que una empieza a mirarse con los mismos ojos de quien te desprecia y sabía que esto no era una mera casualidad.
Fue también que a partir de la antropología y de las redes con otras mujeres que me abrí paso a entender qué era eso de la identidad étnica. Pasé de ser solamente Yamili, a entender mis apellidos, a mirar de manera diferente a mis abuelas y abuelos, a admirar a las mujeres y su forma de vestir con el huipil, a descubrir que puedo y debo hablar en maya.
Esta ha sido mi reivindicación como mujer maya, por eso, para mí es importante sentirme y nombrarme maya porque es un derecho que abre el camino para la exigencia de otros derechos. Mi reivindicación seguirá siendo un proceso individual y colectivo. Entender y descifrar el racismo no aparece de un día para otro; tiene que darse a través de luchas arrebatadas y de un pensar y sentir con otros y otras. Aquí, desde lo colectivo es en donde se pueden tejer estrategias de resistencia.
Me negaba y reconozco que ahora puedo reinvidicarme ¿qué fue lo que me hizo ya no más negarme? Ahora tengo ciertas respuestas a ese ¿por qué soy como soy?. Han sido y seguirán siendo esos cuestionamientos y reflexiones colectivas desde donde podemos desmantelar discursos y prácticas racistas; han sido las redes en las que nos apoyamos y en donde podemos hablar de nuestros derechos; ha sido ese círculo cercano que representa la familia y las amistades con quienes también compartimos experiencias y esas reflexiones que nos fortalecen.
Soy maya, pero no fui desde siempre
Desde mi opinión, la lucha contra el racismo es constante. Es dejar de relacionar ideas como “es de pueblo” a “es malo”, a que maya es igual a fea, bruta; que hablar una lengua es sólo para la casa o para el espacio más escondido de la comunidad. Sigue siendo un camino difícil y si se enfrenta sola aún más. Por esta razón las reflexiones y el análisis de la realidad que se da colectivamente es una apuesta, porque el racismo es un problema sistémico y no individual.
El ejercicio de la identidad es una forma de agrietar la violencia racista y en lo personal me ha permitido aproximarme a respuestas sobre aquella pregunta del ser: ¿quién soy? Ahora puedo nombrarme maya y reconocerme del pueblo de donde soy, pero no siempre fue así.
Seguramente me seguiré encontrando con discursos y prácticas racistas; no siempre respondo, ni actúo como quisiera y los sentimientos de rabia e indignación aparecen. La lucha contra el racismo es del día a día y tiene que ser reflexionada en colectivo para que en colectivo la vayamos enfrentando. Sin duda, el camino de la reivindicación como mujer maya ha sembrado en mí esperanzas y fuerzas. Me ha hecho resiliente. Y por eso comparto aquí algunas ideas, para seguir construyendo esas resilencias y resistencias en colectivo.
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