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La fuerza de mi corazón es el resultado de la suma de muchas fuerzas, corazones, energías y espíritu

María Patricia Pérez Moreno


Pocas veces me he detenido a reflexionar sobre la fuerza que me ha animado e impulsado a prepararme y forjar la mujer Tseltal que soy actualmente. Estas pocas veces han sido generalmente cuando culmino algo que me fortalece y anima el corazón como persona, y en esa recapitulación me doy cuenta que tal logro no ha sido nada fácil ni ha sido sólo fruto mío. Al contrario, ha sido resultado de la suma de muchas fuerzas, corazones, energías y espíritus que han confluido en los espacios que he transitado y en los tiempos que he compartido.


Sin duda, una de las primeras fuerzas es y proviene de la familia -con todo y sus complejidades y contradicciones. Así lo sentí cuando empecé a salir y alejarme de la comunidad. Recuerdo muy bien cuando mi familia me dejó en la ciudad de San Cristóbal de Las Casas, Chiapas para que pudiera estudiar en la universidad. Me dijeron que visitara a la familia hasta el siguiente mes para no gastar dinero en mi pasaje. Sin embargo, lo difícil y duro de las clases me llevó a que al finalizar la primera semana de clases, corriera, literalmente, a mi casa. No pensé en el problema económico que esto implicaría para mi jme’ jtat (mi madre mi padre*). Para mí significaba un escape para dejar atrás el miedo y las palabras amenazantes de algunos profesores. Regresar a casa con mi familia todos los fines de semana me permitió sobrellevar el ritmo de la universidad, pues implicaba involucrarme de nuevo en las actividades que siempre había realizado en la comunidad -ayudar a mi madre, alimentar a los pollos, ir a la milpa, al cafetal; estar en las fiestas familiares y comunitarias, jugar básquetbol, trabajar y participar con las mujeres bordadoras en las actividades de la Cooperativa, entre otras) y olvidarme así por momentos de las responsabilidades académicas. Además, las palabras de apoyo y fortaleza de mi familia, sobre todo de mi madre y mi tía, nunca faltaron y me alentaron mucho a seguir con mis estudios.



La necesidad de esta cercanía familiar y comunitaria la volví a sentir cuando me fui a Ecuador para hacer la maestría. Antes de partir, una persona me dijo: “Lo que más vas a extrañar no va a ser tu familia, sino el chile y la tortilla”. Ciertamente, para muchos-muchas la comida es lo que más extrañan fuera del territorio mexicano, pero en mi caso fue la familia y mi comunidad. Sin embargo, por más que hubiera querido regresar pronto para fortalecer mi corazón, no pude hacerlo. Estaba muy lejos. Me tomó más de un año volver. Fue duro .


Otra fuerza que me ha acompañado en mi caminar, ha sido la de todas aquellas personas** de distintos territorios que han llegado a mi vida y que le han brindado esperanza, fortaleza, aliento y seguridad a mi corazón en momentos difíciles y críticos. Por ello, estas personas, sin importar el tiempo -un instante o para siempre- y el lugar -en la comunidad, en las ciudades, en el país y fuera de él- han engrandecido mi corazón con sus existencias, palabras, sentimientos, prácticas, pensamientos, entusiasmos, valentías, perseverancias; con sus luchas y compromisos por la vida, por el idioma propio, por la justicia social, por la igualdad entre hombres y mujeres, y por nuestra manera de ser como pueblos originarios y como mujeres.


El tercer y último elemento que quiero compartir aquí y que permitió a mi corazón fortalecerse, fue la espiritualidad y filosofía de vida de nuestros pueblos. Conocer y compartir con muchos compañeros y muchas compañeras en reuniones tanto en San Cristóbal de Las Casas como en otras latitudes y en diversas ceremonias comunitarias, me hizo fortalecer y reafirmarme como una mujer Tseltal. Esta afirmación me ha llevado a compartir con otras personas y pueblos todo lo que esto implica: sabidurías, idioma, filosofía, lenguaje, prácticas, fiestas, sueños, esperanzas, entre otros, para su visibilización, reconocimiento y valoración.


Estos son algunos de los aspectos que me han impulsado a seguir adelante y a enfrentar diversas experiencias de racismo, así como a fortalecerme ante la desvalorización e invisibilización que llegué a experimentar durante mi educación. Espero que al compartir estas pequeñas reflexiones, otras mujeres encuentren inspiración para valorarse como originarias de sus pueblos, de sus comunidades, y podamos así, de a poco, tener un mundo construido en la diversidad.


* En Tseltal, a diferencia del español, tenemos una palabra compuesta que nombra a las dos energías nos dio la vida. Nosotros no decimos “padres” como en el castellano que al pluralizar masculiniza la parte femenina.

**. No señalaré los nombres de estas personas de distintas ascendencias -de pueblos originarios, afrodescendientes, mestizos- porque son muchas y pocas a la vez, pero en mi corazón están presentes y allí los guardaré.


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