Por Yamili Chan Dzul
Foto por: Jesús Antonio Hernandez Quezada
Soy una mujer maya que habita su pueblo, que aún recurre a él y habla con las mujeres de su linaje y habita su lengua. Soy de Sanahcat, Yucatán, México. Este ir y venir como tal, me ha llevado a enfrentar momentos racistas en muchos de los espacios que he transitado; incluso, dentro de mi propia comunidad también se viven este tipo de circunstancias.
Todavía recuerdo la vergüenza de tener apellidos mayas, por esto, nombrarme y reconocerme como una mujer indígena ha sido un camino lleno de reflexiones. Pero en este andar también he encontrado ciertas claves que me han llevado a enfrentarme de cara [o de frente] con el racismo y a tener que ser resiliente, desmenuzar su historia y tener que entenderla.
El racismo se encuentra tan encarnado en nuestros cuerpos y pensamientos, las palabras siempre describen quiénes somos y lo que nuestros pueblos han vivido históricamente, es por esto que casi nunca damos cuenta de la violencia racista. Hablar, es pronunciar que formamos parte de una cultura, de un pueblo, de una forma de ser, es existir desde las diversas formas en que nos relacionamos con las demás ¿Cómo estas otras personas nos ven? A las mujeres indígenas, negras, a las lesbianas.
Partiendo de esta idea me pregunto: ¿cómo nos ven las otras personas? Quisiera compartirles algunas experiencias racistas cuando estudié el posgrado, porque fueron hechos que me atravesaron a mí como mujer y que me fue difícil nombrar y de sobrellevar en su momento. Estas experiencias son la “punta del iceberg”, como dicen, porque no hay que olvidar que el racismo en su máxima expresión asesina pueblos enteros, a sus mujeres y a sus niñas.
Menciono lo anterior porque estas experiencias que les vengo a contar no me mataron pero sí me atravesaron y no hay que esperar a que el racismo precisamente tenga que acabar con nuestras vidas, tenemos que seguir trabajando para que las generaciones venideras no atraviesen por estas situaciones.
El racismo desde las instituciones de posgrado
Estudié la maestría en Práctica del Desarrollo en el Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza (CATIE), de Costa Rica, una universidad bonita y el posgrado con mucha apuesta para buscar la vida digna, con muchas contradicciones y no es casual. Aquí, los estudiantes veníamos de muchas partes de Latinoamérica, había muy pocos costarricenses ¿será por condición de clase? Tienes que tener dinero para acceder a este campus educativo y yo llegué ahí por el Programa de Becas para Indígenas (PROBEPI).
Aquí, me encontré con una diversidad de personas y desde luego, grandes experiencias y situaciones de racismo. Uno de los compañeros, varones, hizo una comparación de burla, que ahora puedo nombrar como la sexualización de las mujeres indígenas, al comentarme que yo bien podría aparecer en un video haciendo exactamente lo mismo que una de las artistas estadounidensas que en ese momento se encontraba estrenando su video clip. Desde luego, con un tono de burla al cual en ese instante no pude responder absolutamente nada. La mayoría de las personas del grupo rieron, yo no pude y sólo algunas compañeras me preguntaron si yo me encontraba bien.
La segunda experiencia que quisiera contarles fue cuando desde la institución educativa llamaron a todo el alumnado a tomarnos la foto de generación. La instrucción era ir con vestimenta “elegante” y si no teníamos que por favor la rentáramos. Una compañera y otro compañero, quienes también estaban ahí becados por el mismo programa que yo, dijimos que queríamos asistir con la ropa que se usa en nuestros pueblos. Fue difícil que “aceptaran” que fuéramos así, yo me “atreví a pedir permiso” para vestir de este modo. Sin embargo, las autoridades de la universidad no lo permitieron por no considerarlo un atuendo de gala.
A pesar que no nos otorgaron el permiso, nosotras insistimos y acudimos con nuestras ropas que caracterizan a nuestros pueblos y recuerdo que caminando hacia el lugar donde se tomaría la foto, recibimos burlas de los compañeros. Sentíamos un cierto temor de ser eliminadas de esa fotografía grupal.
La tercera anécdota que quisiera exponerles fue la constante duda por parte de compañeros y maestros a mi pertenencia maya, ya que no creían que una indígena pudiera estar haciendo un posgrado. Pareciera que yo estaba haciendo cosas que ante sus ojos eran extraordinarias para una mujer indígena y eso tiene que ver con que no se acostumbra a vernos en espacios como las instituciones de posgrado.
El racismo está en todas partes: un llamado urgente
Estas experiencias me han llevado a pensar en quiénes pronuncian qué cosas, desde dónde y en qué espacios se están reproduciendo pensamientos y actos racistas. En ocasiones no me dejaba de sorprender la manera en cómo compañeros y compañeras de posgrado, con formación académica y estando inmersos en una dinámica intercultural se burlaban de los indígenas. Esto significa que las instituciones académicas no están hablando de estos temas ni desmantelando estos discursos racistas con la que el alumnado se gradúa.
¿Cómo miran las instituciones de educación superior como el CATIE a los pueblos originarios? ¿Qué significa que reciban a estudiantes indígenas que están apoyados por iniciativas como el IFP-PROBEPI? Existe una clara dificultad de parte de estas instituciones de tratar el racismo como un tema importante que tendría que ser parte del análisis de la realidad con el alumnado.
El racismo distorsiona nuestras realidades y nos lleva a rechazar todo lo que pueda ser diferente. Por esta razón, para mí, es importante repensar nuestras historias individuales y colectivas e identificar las circunstancias racistas; y sobre todo, denunciarlas.
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