Por Miriam Uitz May
No hace falta palabras para ejercer el racismo y la discriminación, con tan solo las miradas y el silencio basta.
Decía la autora Castaño (2016) “ Todo comunica. Sí, así de claro y sencillo. Antes se creía que solo las palabras comunicaban, pero lo cierto es que todo, en conjunto, independiente o fragmentado, está comunicando algo. Acción u omisión, lo que hacemos siempre es leído por terceros de una u otra forma. todo comunica”. En varias ocasiones el racismo y la discriminación no son evidentes sino más bien de percepción donde expresiones no verbales muestran todo lo que el corazón y el pensamiento nos inunda.
Soy maya del estado de Yucatán, tengo un posgrado en Comunicación audiovisual, empresarial e institucional que lo realicé en la el País Vasco; ahora soy docente en una universidad pública y ando emprendiendo mi propio negocio. Durante mi posgrado la experiencia que tuve sobre racismo y discriminación a simple vista pareciera ser que no sufrí ninguna de estas, porque no hubo acciones explícitas hacia mi persona que lo demostraran tan claramente como las palabras groseras o los actos violentos. Sin embargo, analizando a profundidad a través de los conversatorios recientes con mis compañeras indígenas, pude darme cuenta que sí hubo actos de racismo implícitos hacia mi persona pero que son tan sutiles que es difícil de explicar, como las miradas y los silencios que en muchas ocasiones las personas lo hacen sin intención o se escudan diciendo que es cuestión de susceptibilidad.
Recuerdo la primera vez cuando tomé el transporte público en la ciudad donde realizaba mis estudios, las miradas de arriba hacia abajo, casi un escaneo de mi físico me incomodaron, esperaba que alguna de estas personas buscará interactuar conmigo para que me conociera, mi origen, el objetivo de estar en esta ciudad, u otro tema; pero nada de eso hubo, por el contrario, un gélido silencio hizo sentirme tan mal como el primer día que salí de mi comunidad y llegue a la Ciudad de Mérida, capital de mi estado (Yucatán). En ambos casos, supe que era diferente de ellos y que no sería fácil adaptarme a la selva de asfalto. En el ámbito universitario, no fue diferente, fue la misma actitud donde los compañeros tenían su círculo de amistades tan cerrados que nunca pude romper, solamente pude interactuar con mi equipo de proyecto que me asignaron desde el principio de las clases y que, por fortuna, fueron una chicas bastante sociables. Pero fuera de allí no pude integrarme con nadie más.
En ocasiones me cuestionaba que tal vez la prejuiciosa era yo, que ponía un escudo para no interactuar –estoy mal- pensaba. Tal vez actuaba de manera reactiva y exageraba la situación. La realidad es que existen factores casi invisibles que me dieron señales de que no era de su agrado de los compañeros, las miradas y los silencios. Aunado a lo anterior, también fui víctima de burlas a través de risas picarescas por mi forma de hablar, es decir, el no cumplir correctamente con la sintaxis de las reglas gramaticales de la lengua castellana porque mi lengua materna es el maya. Por mencionar un ejemplo, en maya no existe el género de las cosas y en el español si por lo que muchas veces me confundo asignando un género diferente a cada cosa. Otro punto que me incomodaba era cuando entablaba alguna charla se sorprendían de que un “ maya ” estuviera estudiando, en realidad , no sé si comprendían este concepto o tal vez me encasillaron como latina, pero aún así les causaba sorpresa que estudiara un posgrado en un Universidad privada, ya que en esa ciudad los que pertenecemos a estos países generalmente somos catalogados como personas que van en busca de trabajos “inferiores” que no desean hacer como cuidar a los ancianos, limpieza de las casas, jardinería, etc.
Pasando al plano laboral fueron evidentes los actos de discriminación y racismo que experimenté irónicamente en instituciones gubernamentales estatales y federales que trabajan por los derechos de los pueblos originarios. En primer lugar y el acto de discriminación más claro y preciso que viví, fue que en ambas instituciones me restringieron la oportunidad de concursar en puestos directivos relacionados con mi carrera a pesar de pertenecer a un pueblo originario, demostrar la experiencia y el grado de estudios que tenía. Recuerdo las palabras de los directivos – es que no es tu momento-. En otra ocasión –tenemos compromisos políticos y la persona que ocupará el lugar participó de manera activa durante la campaña- argumentaron. Por lo que siempre me daban el puesto de “enlace”. Únicamente era utilizada como traductora en textos que solicitaban las instituciones o como maestra de ceremonias cuando deseaban lucirse en eventos culturales pero no me permitieron opinar y menos decidir el rumbo de mi pueblo desde las esferas gubernamentales.
Otra situación bastante incómoda, que no sé si encasillarlo como discriminación o va más allá, fue cuando renuncié y en mi documento mencioné los actos de discriminación y racismo que viví en dicha institución federal que fueron los motivos por el cual decidía presentar mi renuncia. Esto provocó que uno de los directivos en una reunión privada conmigo dijera -o eliminas estos textos o me encargo de que ninguna institución de gobierno te contrate- amenazó. Lo más lamentable, es que nos hemos acostumbrado a vivir de esa forma, a ser discriminados por nuestro origen o ser utilizadas como objetos del folklorismo para los intereses de otras personas; para que otros que ocupan puestos de alto rango en dependencias relacionadas con la cultura y pueblos indígenas se llenen la boca en decir que viven y respetan la cultura pero detrás de bambalinas desprecian al indígena.
Para concluir, el racismo y discriminación es más sutil, no es que la gente se haya vuelto tolerable sino más bien el miedo a ser expuestos a la opinión pública a través de las redes sociales hace que sean más discretos pero aún existen esas miradas y silencios que lo dicen todo.
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