Por Georgina Méndez Torres
El camino que hemos andado las mujeres indígenas ha sido sinuoso, difícil y pesado. Puedo darme cuenta de los múltiples obstáculos que hemos vivido por ser mujeres. En este espacio deseo compartir tan solo una muestra de ese caminar así como las maneras que he encontrado para pensar en conjunto con otras mujeres como yo. Reconozco que el camino andado y el lugar que tengo ahora, es producto de las luchas colectivas de mujeres indígenas que desde hace tiempo han cuestionado las condiciones de opresión, generando estrategias de resistencia desde el arte, la educación, la política comunitaria, etc. para cambiar las realidades de violencia y de despojo contra los pueblos.
Me rehíce escuchando a otras mujeres indígenas
Muchas veces me han cuestionado mi ser indígena, por decirlo del modo en que me lo dicen los kaxlanes, dijéramos en Chiapas. Mujer indígena, urbana, académica, más parecida a “la mestiza”. No hablo Ch’ol, y por no hablarlo, me colocan automáticamente en el “no ser”, por lo menos eso pasa en el caso de México. En Sudamérica, nunca me cuestionaron. Aprendí con el paso de los años a que ello no me pesara, y más bien me di cuenta que debía reflexionar en esas únicas miradas y etiquetas del romanticismo indígena. En mi historia personal y académica me rehice en la escucha. Aprendí a escucharme, a analizar mi situación y la posición que ocupo en mi familia y en la comunidad, también en relación con otras mujeres. El aprendizaje lo he encontrado entre mujeres indígenas y sus distintas artes. Entre amigas indígenas que han transformado mi mundo personal y académico. Lo he encontrado en las mujeres de mi familia. Es decir, han sido las mujeres indígenas quienes han dado soporte a mis pensamientos y confrontaciones, ha sido a través del aprendizaje entre mujeres indígenas y en colectivos que he podido articular mis ideas, mis pensamientos. Que he podido analizar nuestra situación como mujeres y como pueblos.
En mi vida académica han sido siempre las mujeres indígenas quienes me han escuchado y justamente con ellas, con amigas y con aquellas académicas que coincidimos en objetivos comunes es que ha sido posible trazar caminos, abrir brecha, conocer sus historias comunitarias y políticas. Este ha sido mi camino desde hace 23 años.
Cuestionando “la costumbre”
Una de las experiencias que he valorado siempre ha sido conocer los pensamientos de mujeres indígenas que han ocupado cargos en las organizaciones indígenas. Mujeres que, a partir de sus reflexiones, me permiten analizar no solo la situación de ellas sino también la mía. Ellas han analizado, entre otros aspectos, los distintos obstáculos a los que se han enfrentado en los espacios públicos. Recuerdo en especial a una mujer indígena en Colombia que reflexionaba sobre los constantes señalamientos “de que las mujeres no saben hablar”, “no tienen experiencias” y por lo tanto, difícilmente pueden asumir cargos directivos. En su narrativa, hacía una descripción detallada de lo que significa ser una mujer en las organizaciones indígenas y comentaba que, mientras los hombres, por ser hombres, ocupaban cargos de elección sin pasar por “pruebas”, a las mujeres se les colocaba en el nivel de menor rango para que con el pasar de los años pudieran llegar a ser lideresas. El ser hombres automáticamente los colocaba con la posibilidad de llegar a ser autoridad sin hacer estas pruebas de práctica, mientras que a las mujeres se les ve como carentes de experiencia y de formación para poder dirigir alguna organización. Es decir, siempre debemos “capacitarnos”.
“Cuando a mí me escogen en algún cargo, yo para ser gobernadora, midieron qué capacidades tenía, a mí me pusieron de tesorera, de secretaria, de alcalde mayor y después de eso pude ser gobernadora, tampoco es tan gratuito que a uno le pongan ahí, [en cambio para los hombres] hay mucho más facilidad, el único requisito es que sea alcalde mayor y ahí puede subir (Docente, cabildo Inga, Bogotá 2005).”
He escuchado estas experiencias desde hace 18 años, y ello me ha permitido reflexionar sobre las distintas maneras de cómo las mujeres indígenas hemos generado estrategias para contrarrestar la violencia de los hombres de nuestros pueblos, pero también de otras mujeres. Si bien es cierto que lo mismo ocurre con mujeres no indígenas, también lo es que para las mujeres indígenas se considera y debe ponerse en equilibrio lo colectivo con lo individual, y ahí ha estado siempre el dilema.
A partir de estas historias es que nos ha tocado crear estrategias para contrarrestar la violencia pero sobre todo para cuestionar los lugares en que hemos sido colocadas. He aprendido, junto con ellas, que es a través del trabajo organizado, el trabajo comunitario y en las alianzas con mujeres de distintas generaciones que es posible visibilizar la voz y la participación de las mujeres indígenas en los distintos escenarios. Solo mediante el conocernos, estudiarnos y cuestionarnos entre nosotras es que podemos confrontar las miradas condescendientes que nos ubican en el lugar del “no ser”.
Me he fortalecido como mujer indígena a través de los escritos de mujeres indígenas, así como en la sistematización de sus historias personales. Me he hecho junto con ellas. He crecido en ese caminar, que es un caminar nuestro como mujeres, porque las mujeres que nos antecedieron nos han enseñado que existen formas para abrir y allanar los caminos que han venido caminando, tejiendo así ese continuum de luchas para reconocer nuestro lugar en la historia de nuestros pueblos.
Me he transformado y aprendido entre mujeres indígenas, esa ha sido mi estrategia para contrarrestar la violencia racista, sexista y demás violencias contra los cuerpos de las mujeres, pero sobretodo, la dosis de amistad entre mujeres, el fortalecimiento de la autoestima y confianza, sin duda han sido otros de los caminos que me han dado mucha alegría.
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